Ellos también compiten.

Ellos también compiten.

Millones de veces. Esa es la cantidad aproximada de ocasiones en las que he sufrido el desencanto de escuchar que las mujeres entre nosotras somos unas lagartas, unas folloneras, unas liantas y demás cualidades de similar cordialidad que tan dañinamente nos acompañan desde las épocas de las cavernas.

Por mi parte, estoy más que aburrida de llevarle la contraria a todo aquel y, sobre todo, a toda aquella anclada en esa absurda creencia de que nos devoramos las unas a las otras. Así que me negaré hasta el fin de mis días a alimentar esa teoría rancia y viejuna.

Admito que, como seres sociales que somos, discutimos, tenemos follones, correveidiles, que no tenemos afinidad ni con citranita ni con menganita; y que por delante muy bien, pero por detrás, no tanto; o que por delante muy mal pero por detrás también. Como cualquier persona.

Y COMO CUALQUIER HOMBRE.

Y como cualquier gaviota/ hormiga/ ornitorrinco/ cangrejo/ mamut/ gallina.

Porque si eres dueño de algún tipo de emoción, bienvenido o bienvenida; has llegado al mundo en el que unos te caen bien y otros te caen mal. Pero eso no es exclusivo de la mujer. Si, acaso, en lo que diferimos es en los modos, ya que mientras nosotras nos relacionamos de una manera más estrecha, ellos lo hacen de forma más indirecta y superficial, con lo que el enfrentamiento se manifiesta de otra forma.

Pero de todas maneras, aun siendo diferente dicho procedimiento, ENTRE ELLOS TAMBIÉN EXISTE RIVALIDAD.

Por tal motivo, yo, altamente experta en investigar en general y, en observar a los hombres en particular, os ofrezco aquí y ahora una serie de ejemplos en donde el género masculino luchará con los demás miembros de su testosterónica comunidad por el trono de la hombría.

Sin más preámbulos,

Su coche: Cuestión de amplísimo contenido. Es por ello que se ramifica en distintas clases de desafío masculino, a cada cual más absurdo e inútil.

Pongamos que un hombre equis llega al aparcamiento de su trabajo en su coche nuevo. Realiza una entrada al recinto similar a la de un magnate ruso atracando su yate en el puerto de Mallorca. Aunque a diferencia del ruso, él acabará de pagar el préstamo en diez años. Ahora bien, lucirlo delante de sus compañeros mostrando mueca de impasibilidad por fuera, pero gozando de un orsgasmo de vanidad por dentro, eso no tiene precio.

Sin duda se le van a amontonar los deberes de macho alfa: a la hora del café va a tener que aprender nociones de cilindrada, pistones, cigüeñales, caballos e intercoolers. En realidad vivía más tranquilo cuando conducía el viejo Seat Ibiza de su hermano, pero ahora debe pertenecer a la tribu, practicando lo que en principio parece un inocente y relajado intercambio de conocimientos sobre mecánica, pero que en el fondo esconde un concurso medidor de la calidad testicular de cada participante.

Cierto es que no solo de la parte teórica vive un buen mozo. Es necesario también disponer de habilidades prácticas para cuidar su vehículo con sus propias manos para, posteriormente, poder charlar sobre ello sin morir en el intento. Instalar el estéreo y cambiar las bujías son actividades en los que muchos ponen más empeño que en aprender cómo se programa un lavado corto en la lavadora.

– Hacer brasas en el asador: Allí donde haya un día de verano, habrá un tío con unas pinzas de cocina y tres o cuatro tíos más alrededor como si estuviesen velando a un muerto. En su vida han freído un huevo, pero es ver un poco de leña y de repente le entran unas ganas de cocinar tremendas.

Lo más probable es que a ti te toque freír patatas, preparar tres fuentes de ensalada, poner la mesa, retirarla, hacer el postre y fregar los platos. Pero a él nadie le quita el meritazo de haber sido el cocinero estrella, aunque en el fondo se parezca más a la versión paleolítica de un rodríguez. Es un señor que quiere demostrar que se las apaña fantásticamente él solo en la cocina, aunque por cocina entiende prenderle fuego a unos leños y hacer unga unga con sus tres amigotes, disputándose su hombría mediante frases de cuñao experto en brasserie.

Todo ello, por supuesto, con su botellín de cerveza en la mano: “Sube ahora la parrilla, que si no luego se quema por fuera”, “¡Ni de coña, chaval!”, -responde otro-, “Primero diez minutos a fuego fuerte y después subes la parrilla”, “No tenéis ni puta idea los dos”, -suelta el más listillo-.

Nota de la autora: lo máximo que han cocinado estos tres ha sido espaguetis con tomate Solís.

– Ser un manitas arreglatodo: Contar con un juego de herramientas y aparatos para el bricolaje se cotiza muy alto en el mundo del enfrentamiento masculino. Discutir sobre qué tipo de brida se necesita para sujetar el tubo del bidé y salir ganando, los hace sentir poderosos y machotes. Es imprescindible utilizar un tono de superioridad que evidencie su maña con los quehaceres típicos de un buen chicarrón: “No te líes, Paco. Si la cisterna no deja de llenarse es que viene de la válvula de salida, así que tienes que revisar las juntas y ver que están en buenas condiciones. Pero ojo, si la fuga está en el disparador, tienes que desmontar el pulsador para ver cómo están las juntas. Pero si no te apañas, llámame”. [Explosión de gusto en su bolsa escrotal].

La lista de ejemplos en los que ellos se despellejan a su modo continuaría hasta el infinito, pero no tengo tiempo. Me tengo que ir a pelear con los/las que nos llaman víboras a nosotras.

Deseadme suerte.

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