Yo suelo reaccionar mediante contrarios. Puede que sea mera provocación o simplemente se trata de esta arrebatadora personalidad mía. Lo cierto es que si intentan meterme algo por los ojos, más me alejo yo de catar una novedad.
Esta costumbre la traslado a todos los campos que me sean posibles: una película, un viaje o un remedio para la tos. Si me insisten en exceso, mi parte díscola se pone en funcionamiento hasta el punto de tirria absoluta hacia aquello tan altamente recomendado.
Pues todo eso me ocurre con el Mercadona y su pléyade de admiradores.
El Mercadona no es un supermercado. Al parecer, es un ángel que ha llegado a nosotros para hacernos felices y prósperos. De hecho, creo que lo han beatificado, y atesora un día del calendario a su nombre en el que regalan tortillas empaquetadas edición limitada por ser el día del santo patrón.
Yo, sin embargo, me he alejado de esta vida plena y afortunada. Y así me ha ido en la vida: nunca he triunfado como anfitriona y siempre he ido a la cola en cuanto a novedades culinarias y domésticas, ya que el Mercadona no solo te arregla el menú; también tu casa, tu apariencia y tu salud.
Lástima que en mi pueblo no dispongamos de uno de sus supermercados para vivir un poco más alegres en esta vida. Me extraña. No es Manhattan, pero tampoco vivimos en una cueva paleolítica. Aun así, sobran municipios vecinos con esa suerte. En mi barrio hay gente que hace treinta y tres kilómetros para hacer la compra, como muestran los contenedores de mi acera repletos de envases de Hacendado.
Sin duda, lo que más me llama la atención es la información que me proporcionan sus consumidores, advirtiéndome de la calidad de sus ingredientes y avisándome de lo que me estoy perdiendo. Especialmente de su marca blanca, conocida ya en esta galaxia y en otras aún por descubrir. Parece ser que con el Mercadona desaparece esa vergüenza al tomar el yogur de marca Ifa delante de tus compañeros. Cuando sacas de tu fiambrera un yogur Hacendado te sientes con más poderío. Has pasado de ser una persona común a ser un emperador de los tres ejércitos, gracias a un yogur que lleva los mejores ingredientes del planeta Tierra, tal y como insisten en leerte y releerte quienes los han comprado.
Y esta entusiasta promoción la realizan desinteresadamente. No existe ningún trueque de por medio. El cliente con sus compras hace millonario al señor del Mercadona y, además, ejerce una fervorosa actividad comercial sin precedentes. Lo llaman La magia del Hacendado.
No obstante, la perla de este supermercado -que eso es lo que es, no un lugar destinado al culto o a la oración, como insinúan algunos- es su amplísima sección dedicada a la cosmética. Asentada sobre el logo “Si eres feo es porque quieres”, esta firma nos proporciona de todo: cremas anticelulíticas, geles quemagrasas para marcar tableta, ungüentos milagrosos borradores de arrugas, lociones crecepelos, blanqueadores dentales o aparatología para darte las mechas en casa.
Definitivamente, la ruina para el resto de negocios.
Me imagino que para cuando hayan instalado un Mercadona en mi pueblo, venderán aparatos personalizados de ortodoncia y pondrán un gabinete con un señor que te hace una elevación de mamas. No lo veo mal para hacer tiempo mientras esperas el turno en la charcutería.
Por otro lado, el Mercadona es el Disney World de los cachitas. Un lugar de diversión y sorpresas para esos seres cuyos músculos crecen según parpadeas. Una vez democratizado el culturismo de andar por casa, los y las musculines han encontrado a precio de Hacendado toda esa amalgama de productos proteicos que los hacen tan felices. Es escuchar la palabra “proteína” y les nace un músculo nuevo.
Así es la vida, yo me emociono saboreando un vasito de Colacao y a otros les ocurre lo mismo con la clara de huevo. Cada uno con lo suyo y bien que me parece.
En el fondo, el señor del Mercadona guardaba una quimera bajo su almohada: un mundo en el que los pobres también pudiésemos conseguir los batidos que le dan a Schwarzenegger sin tener que ser gobernador de California. Esto se llama sociedad igualitaria: gente del vulgo con acceso a delicatessens tales como la tortilla con piña, ya cocinada, ideal para pegarte la vida padre; o las patatas fritas con sabor a huevo frito; perfectas como refinado tentempié del cóctel que vas a montar en tu terraza. Con dress code obligatorio, qué menos.
Precisamente, en cuanto a ejercer de anfitrión, los productos de esta casa están hechos para triunfar. ¿Todavía sientes escalofríos cuando en tu séptimo cumpleaños tu madre sacó la Cola marca Spar? ¡Superadlo, amiguitas y amiguitos! Ahora mismo lo más es petarla en tu fiesta de cumpleaños con el refresco de bayas de goji, patata y citronella del Mercadona! No solo quedarás como un auténtico gourmet, sino que también darás pie a una de las conversaciones más practicadas en todo el país: la calidad de estos productos. Hay tema para toda la noche.
Ahora bien, puede que en esta charla quede gente sin intervenir, como yo, que nunca he comprado en esta tienda destinada para soñadores, utópicos e inconformistas. Aunque para no haber pisado su suelo, mi conocimiento sobre la materia se sitúa entre medio o medio-alto. Imaginad qué buena soy escuchando.
Jajajaja..se nota que no lo has pisado nunca!! La gente no coge número en charcutería!! Únicamente para que te corten el jamón!!
Besitos guapisimaaa!!
Hola, Conchi! ::Icono de besitos:::
No me digas que no está genial la idea de que te hagan un arreglillo estético mientras esperas turno en la charcu! Yo les doy dos años y ya te hacen empastes marca Hacendado mientras esperas a pagar en caja.
Es la magia del Mercadona! jajajajajaj
Beso y gracias.