Montessoris, Estivills y demás.

Montessoris, Estivills y demás.

Mi madre, mujer caótica aunque cuidadosa en su desconcierto, siempre ha pasado de seguir métodos.

Cada vez que le preguntas por una receta de cocina te responde “Lo hice a la Encarnita”, y te quedas tal como estabas. “¿Pero lo paso antes por la sartén, o lo pongo directamente en el horno?” -insistes. “Pues puedes pasarlo antes por la sartén o ponerlo directamente en el horno” -me suelta. Una gozada lo bien que se explica. Por si te queda alguna duda, te da su último consejo: “Tú hazlo cómo tú veas. Hazlo a la Mala”.

A mí me encanta este libre albedrío de mi madre. Sin métodos, sin pasos que seguir, sin reglas. Pero ojo, con mucho sentido común. Ese es el lema de mi madre. De ahí a que ha sido una precursora de la nueva crianza de bebés sin ella saberlo. Ha cocinado platos de la mejor forma, sin haberlo pretendido y, ya de adulta, ha estudiado a su aire, obteniendo brillantísimos resultados.

Solo atendiendo al citado sentido común.

Pero hoy en día, el sentido común es un concepto vintage, casi romántico. Ya solo por eso se volverá a poner de moda; solo es cuestión de esperar.

Mientras ese día no llega, analicemos el fervor que levantan ciertos protocolos, cuyas fórmulas teórico-prácticas no dejan a nadie indiferente:

El método Montessori: Desde la Academia de Platón y el Ateneo de Aristóteles, yo no había visto semejante pasión desenfrenada por matricular a los niños en un cole afiliado a un método, plan de estudios, cosa, ideología o lo que sea que sea eso.

Ojo, que aquí hay trampa; que muchos te venden Montessori, y al final es el método del director del centro, don José Manuel, que se le ha dado por descalzar a todo el mundo para hacerse el moderno.

Y ahí están esos padres y esas madres busca que te busca, comparando, descartando un centro porque las aulas están pintadas de verde pistacho, porque ponen a veinticuatro niños por aula, en vez de a 23 o porque tienen clase de ecología en el patio del colegio, y no en una reserva natural.

De todas formas, seré yo la primera en decir que los principios de la genuina señora Montessori son francamente maravillosos, ahora bien; si de un modo de entender la educación, hacemos un motivo para ser más cool, más guay, más hipster y, sobre todo, una razón más para creerse distintos; sinceramente, no me interesa para nada.

De hecho, los colegios públicos de educación infantil, practican sus mismos principios involuntariamente, o voluntariamente, porque podría decirse que es lógica pura. Incluso yo misma lo viví en la denostada EGB: recoger el aula, amar el medio que nos rodea, asimilar los conceptos al ritmo de cada uno, respetar las particularidades de cada alumno… Todo ocurría en mi clase de Primero A, cuando yo tenía seis años.

Y mis padres no se pegaron con nadie por conseguir una plaza en ningún colegio: “A ver, señora, ¿cuál es su domicilio?”, “Calle Rigoberto López, 85”, “Pues a su hija le toca el colegio Don Pedro de Barba Blanca”, “Pos mire usted qué bien”.

Tema de la educación de la pequeña Mala de los Nervios: LIQUIDADO.

Así de fácil.

Método Estivill: O en otros téminos: cómo hacer que tu hijo duerma a la hora que tú quieras, en el cuarto que tú elijas y del tirón que a ti te apetezca. Según mi criterio, eso no es tener un bebé; eso es tener un FURBY. Le sacas las pilas cuando te apetece y hala; le conectas la batería, y venga, el nene a funcionar.

Asimismo, para seguir este procedimiento se recomienda ser licenciado, al menos, en Ciencias exactas; porque menuda tabla de números nos propone este señor.

Como sabrá mi docta masa lectora, en líneas generales, la técnica consiste en no acudir rápidamente a los lloros de la criatura, sino que el cuadro pitagórico del doctor te ofrece los lloros del bebé y unos intervalos de espera, medidos en segundos y en minutos. Un lío tremendo. Dame un problema con integrales y te lo hago antes. 

Matemáticas aparte, a mí es que este doctor me ha caído fatal, puesto que desaconseja cantarle a tu niño para dormirlo, mecerlo en brazos o en la cuna, darle palmaditas o acariciarlo y, especialmente, el NOSETEOCURRA: meter al niño en cama de mamá y papá.

Yo; Mala de los Nervios, me opongo a cualquier actividad vital en la que se desestime el cante y/o baile. He dicho.

Habiendo hecho efectiva esta declaración, confieso que uno de los recuerdos más bonitos que tengo es la voz de mi madre acunando en brazos a mis hermanos, mucho más pequeños que yo. Lo hacía a la hora de la siesta y por la noche, en la habitación y a oscuras. Me imagino que también lo hizo conmigo, pero dado que no acudí a ningún colegio Montessori, ni dormí como si me hubieran practicado hipnosis, puede que la inteligencia se me haya quedado en precarias condiciones.

Y gracias a las nanas de mi madre, descubrí a la gran Mercedes Sosa con sus canciones de bello folklore latinoamericano. Y al compás de “Alfonsina y el Mar” y “Duerme negrito” nos mecía hasta quedarnos rendidos.

Nos dormíamos con el sonido de mamá. Mejor que ninguno.

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